Rosalío Morales Vargas
Es despiadado y cataclísmico este tiempo,
cuando los días de agobio se pintan de ceniza
y las horas de angustia baten alas,
al emprender la fuga
hacia el páramo enjuto de lo incierto.
Tránsito adverso, aciaga trashumancia,
hostil peregrinaje por tierras de violencia;
los pasos errabundos
tropiezan con murallas de rechazo,
en largas travesías de lúgubres augurios.
No buscan con afán el desarraigo,
zarpan de su terruño en pos de nuevos aires;
prófugos son de la miseria y el acoso,
de abusos viles y mordiente desamparo,
bajo una atmósfera acicateada por el odio.
Víctimas de voraces criminales,
objetos de ganancias de gamberros
que pérfidos trafican,
con el dolor sorbido a bocanadas;
el sistema del lucro los expulsa,
lanzándoles a fauces del infierno.
Envueltos en sarapes de infortunio,
a horcajadas de adustas caravanas,
un naufragio de sombras desleídas,
se hunde entre el oleaje de la afrenta;
sin embargo caminan alentando un sueño,
a menudo trocado en pesadilla.
Este drama social del abandono
es la mancha sombría de la conciencia;
pero entre tanta oscuridad nos queda
una causa en defensa de la vida
y estampidas de luz llegarán con mil auroras,
para que en su mutismo la noche se diluya.